Soldado, aprendiz de abogado, minero, pasquinero y activista contra la corona española. Así fue Pedro Domingo Murillo du-rante los 53 años de su vida (1757-1810), marcada por la Revolución del 16 de Julio de 1809 en La Paz, que lideró.
Al año siguiente del grito libertario paceño, murió ahorcado, pero dejó encendida la tea libertaria que fue la chispa de la Guerra de la Independencia. Una gesta que Murillo planificó junto a otros patriotas en reuniones secretas desde la morada de la calle Cruz Verde, hoy calle Jaén, bautizada como la Casa de la Conspiración.
“Murillo fue un personaje controversial, porque si bien estudió para ser abogado, nunca pudo titularse y por ello también fue procesado; sin embargo, ejerció la profesión y fue un activista junto a los independentistas”, explica a Página Siete el historiador Ricardo Acebey.
Hijo de Juan Ciriaco Murillo y María Ascencia Carrasco, Pedro fue educado por su padre y es posible que haya asistido al Colegio Seminario San Carlos en La Paz, para luego estudiar Derecho en la Universidad San Francisco Xavier de Sucre. El libro Padres, fantasmas e hijos: Las relaciones familiares de Pedro Domingo Murillo da cuenta que cursó abogacía en Perú.
Soldado y abogado
Murillo se casó en 1778 con Manuela de la Concha Olmedo. Unos tres años después, cuando vivía en Irupana, en los Yungas, estalló la revuelta indígena liderada por Túpac Katari que cercó la ciudad de La Paz.
A sus 21 años se unió a las fuerzas realistas y se destacó por su valor combatiendo a los indígenas, siendo nombrado Teniente de Milicias. “Murillo se hizo cargo de la difícil misión de conducir a todas las familias europeas y criollas (desde La Paz) hasta Cochabamba, acreditando en ello un valor extraordinario que permitió no solamente batir a los enemigos, sino perseguirlos en aquellos tortuosos y difíciles caminos”, escribe el historiador Enrique Rocha Monrroy.
Posteriormente, Murillo pasó a radicar en La Paz y gozó de renombre como jurista “muy consultado por los litigantes que le daban el título de Doctor”, añade Rocha.
Acebey recuerda, sin embargo, que fue procesado por no contar con el título de abogado. “Estudió, pero no se graduó y aparentemente no dio el examen, por eso fue procesado, aunque después igual siguió ejerciendo”, agrega el académico.
Después del proceso penal que le iniciaron por el título, Murillo se dedicó a la minería en el departamento de La Paz. Por esas épocas, la búsqueda de oro en los ríos paceños era una de las principales actividades.
Para 1805, Murillo ingresó a las logias que preparaban una revolución contra los españoles. “En esos años, los mestizos eran presionados por las cargas fiscales (impuestos) que emitían los españoles y él (Murillo) se convirtió en un activista que hacía panfletos contras esas medidas”, revela Acebey. Ese año formó parte de un grupo que conspiró contra los españoles, fue descubierto y llevado a juicio, pero poco después fue liberado.
Con el transcurrir de los años, Murillo comenzó a llamar a la insurrección de forma abierta en los pasquines que elaboraba. En algunos de estos impresos se leía: “Muera el Rey de España”, según Rocha.
Tres años después, en 1808, llegó la noticia desde Europa del apresamiento de Fernando VII en España por parte de Napoleón Bonaparte. El hecho fue recibido de forma entusiasta por quienes proyectaban la Revolución en La Paz, donde ya germinaba con fuerza el ideal de la independencia.
Calle de la Cruz Verde
En 1809, un grupo de patriotas había fijado para el 30 de marzo (Jueves Santo) la revuelta paceña. No obstante, el foco libertario fue aplacado por los españoles que desterraron a varios de los conspiradores.
A partir de ese momento, Murillo, que ya era perseguido por los españoles, comenzó a reunirse con otros rebeldes en la vivienda que les prestó José Ramón Loayza en la calle de la Cruz Verde, hoy calle Jaén, y conocida luego como la Casa de la Conspiración. No podía llevar adelante esas reuniones en su domicilio, por su condición de perseguido, recuerda el historiador Randy Chávez citando una investigación de 2009 que reveló que Murillo no era el dueño de la casa de la Jaén.
En esas reuniones, los insurrectos fijaron el domingo 16 de julio como nueva fecha para la rebelión. Se realizaría, según el plan, durante la procesión de la Virgen del Carmen.
Esa tarde, Murillo y otros patriotas tomaron por sorpresa a las autoridades españolas. Días después redactaron el documento de la Junta Tuitiva que declaró el primer gobierno local y así se sembró la semilla de la revolución. La junta duró hasta el 30 de septiembre.
El éxito de Murillo y los revolucionarios activó una rápida incursión militar del ejército español, comandado por José Manuel Goyeneche, que llegó a las semanas a La Paz. Murillo y los revolucionarios huyeron.
Unas semanas después fue derrotado en la Batalla de Irupana. Fue apresado y traído a La Paz, donde fue torturado.
El 29 de enero de 1810, Murillo murió en la horca pronunciando su célebre frase: “Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar ¡Viva la libertad!”.