Es un lugar ófrico, de aproximadamente diez metros de largo por cuatro de ancho y cuatro de alto. Un mueble metálico con unas diez hornallas ocupa la mayor parte del espacio y deja un metro a cada lado, donde más de 30 reclusos —a veces 100— chocan entre sí hasta 18 horas al día para preparar la comida para más de 3.000 privados de libertad. El ambiente no es de camaradería. Está prohibido conversar. Hay rostros serios y molestos que esconden angustia y temor. Los golpes con palos y cables son diarios, por cualquier motivo, para recordar a los internos lo que son: castigados.
A la Cocina, ubicada en la sección Palmar del penal de San Pedro, llegan quienes presentan problemas de indisciplina, los acusados de violación y los que no pueden pagar el ingreso a una sección del penal, que son la mayoría. El jefe de Cocina, cuyo mérito es ser el más antiguo, y no cocinero, se encarga de que los alimentos, no necesariamente nutritivos ni higiénicamente elaborados, salgan a la hora indicada.
Javier —nombre cambiado por seguridad— estuvo ahí tres meses, fue afortunado. Hay quienes pasan hasta un año realizando trabajos forzosos y sin ningún tipo de paga. Terminan muy mal, con la salud física y mental muy disminuida. Javier pagó 3.000 bolivianos y se fue a una sección. El que tiene dinero no entra a Cocina, sin importar la falta que haya cometido.
Las labores empiezan a las tres de la madrugada con el encendido de las hornallas para las ollas gigantes con agua para la sultana. El calor es insoportable. A las cinco un grupo sale a barrer las diferentes áreas del penal: el patio principal de la sección, los callejones, pasillos. Luego distribuyen el desayuno para toda la población penitenciaria hasta las siete de la mañana. Las actividades continúan con la preparación del almuerzo que consta de una sola comida, generalmente segundo.
Con el aumento de internos en Cocina —dice Javier— se sumó más gente para el control. Tres jefes de seguridad se encargan de escoltar a grupos de 20 a 30 reclusos para que acarreen los víveres del depósito del economato, ubicado en la puerta principal, así como cargar agua, botar basura y toda la actividad que demande la salida de los castigados de Cocina.
Al medio día reparten el almuerzo a las secciones. Los cocineros comen después, lo suficiente para mantenerse en pie. El trabajo es constante hasta las ocho de la noche, aunque a veces se prolonga hasta las diez. No hay cena.